Se sabe que el idioma funciona también como espejo de la vida social. Cada año, algunas palabras se repiten hasta que se vuelven inevitables: saltan de los títulos periodísticos a las conversaciones, de los discursos políticos a las redes sociales. Tal fenómeno se manifiesta en la selección que desde 2013 lleva a cabo la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE) -institución promovida por la Real Academia Española (RAE) y por la agencia de noticias EFE-. En forma anual, la entidad elige la “palabra del año”, sobre la base de vocablos que, a raíz de diversos motivos, trascendieron las fronteras.

En 2025 el término elegido resultó “arancel”, que se destacó por encima de un conjunto de palabras utilizadas para nombrar los temores, debates y transformaciones que atravesaron a las sociedades de todo el mundo.

La palabra “arancel”, tradicionalmente asociada a manuales de economía y jurídicos, y a negociaciones técnicas, se volvió este año un término de uso común. La discusión global sobre impuestos a las importaciones, sobre posibles guerras comerciales y sobre eventuales impactos en los precios de muchos productos y en las fuentes de trabajo llevó el concepto al centro de la escena.

Todo empezó a poco de iniciado el año, cuando a dos meses de haber asumido su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, Donald Trump ejecutó una serie de políticas económicas asociadas al aumento de aranceles. El término pasó a formar parte de la preocupación de millones de personas alrededor del globo, que comenzaron a asociarla con el costo de vida, con la estabilidad económica y con el futuro del comercio internacional.

Finalistas

Pero arancel no fue la única palabra que explicó el clima social del mundo durante 2025. Las otras finalistas seleccionadas por la FundéuRAE trazan una radiografía elocuente de un año atravesado por crisis energéticas, por conflictos, por avances tecnológicos y por cambios culturales profundos.

“Apagón” fue una de ellas. El vocablo se volvió recurrente luego de los masivos cortes de energía que afectaron a regiones enteras de la península Ibérica y pusieron en evidencia la fragilidad de los sistemas eléctricos en esas sociedades no habituadas a colapsos de esa naturaleza. Más allá del hecho puntual, la palabra condensó una sensación compartida: la vulnerabilidad de la vida moderna ante fallas estructurales.

También “macroincendio” ocupó un lugar destacado. Los grandes incendios forestales que arrasaron miles de hectáreas en distintos puntos del planeta instalaron el término en las agendas informativa y social. La palabra no solo describió un fenómeno natural extremo, sino que quedó asociada al avance del cambio climático y al temor por sus consecuencias ambientales.

“Rage bait”, la palabra del año que revela el malestar digital

Ante ese mismo escenario de incertidumbre ganó terreno el vocablo “preparacionista”, que refiere a quien se organiza y almacena recursos ante eventuales catástrofes. Su uso creciente reflejó una percepción social de riesgo permanente, que quedó latiendo urbi et orbi a partir de 2020, cuando estalló la pandemia; y que fue alimentada por desastres climáticos y tensiones geopolíticas.

La protesta y el conflicto social también dejaron su huella en el lenguaje. “Boicot” volvió a instalarse con fuerza para describir campañas de rechazo impulsadas desde la ciudadanía, muchas veces vinculadas al consumo, a la política o a los derechos humanos. La palabra funcionó como síntesis de nuevas formas de participación y de presión social.

En el plano tecnológico, “dron” fue una de las palabras más utilizadas. El término se volvió omnipresente debido a la expansión de estos dispositivos, tanto para usos civiles -vigilancia, producción audiovisual, agricultura y hasta delivery- como en contextos bélicos -en especial, debido a su uso en la guerra entre Rusia y Ucrania-. Su presencia en el vocabulario cotidiano reflejó la naturalización de una tecnología que convive con la vida diaria, pero que también despierta debates éticos y de seguridad.

Qué significa "rage bait", la palabra del año que eligió la Universidad de Oxford

“Generación Z” fue otra expresión clave del año. Utilizada para describir a los jóvenes nacidos durante la era digital, la etiqueta apareció en discusiones referidas al trabajo, a la educación, al consumo y a los valores culturales. Más que un rótulo etario o demográfico, la palabra se convirtió en una forma de nombrar cambios profundos en la manera de relacionarse, de informarse y de socializar.

La seguridad y el control estatal se expresaron en términos como “macrorredada”, empleada para describir grandes operativos policiales coordinados. Su uso frecuente dio cuenta de una agenda marcada por el combate al delito organizado, pero también por debates sobre derechos, garantías y límites del poder punitivo.

En detalle

En el terreno internacional, la palabra “rearme” volvió al centro del vocabulario. Reapareció con fuerza en un contexto de conflictos armados, aumento del gasto militar por parte de varios países y redefinición de alianzas estratégicas. Su uso extendido reflejó una preocupación social que trasciende fronteras: el temor a una escalada bélica de alcance global.

Entre las finalistas también figuró el término “Papa”, impulsado por un año de fuerte impacto para la Iglesia Católica a causa del fallecimiento de Francisco y del cónclave que eligió a León XIV. La palabra recuperó centralidad en la cobertura informativa, en las redes y en la conversación pública, debido al peso simbólico y social que la figura papal conserva para millones de personas.

Cuáles son las palabras del 2025 según la Real Academia Española y la Universidad de Oxford

“Tierras raras” fue otro término que ganó presencia. La expresión, antes limitada a nichos especializados, se popularizó debido a su vínculo con la producción tecnológica y por la transición energética. Su uso reflejó la creciente conciencia social sobre la dependencia de ciertos recursos estratégicos y las tensiones geopolíticas asociadas a su control.

Finalmente, “trumpismo” resultó otra palabra clave del año, usada para describir un fenómeno político que excede a la figura individual de Trump: fue usada para nombrar un estilo de liderazgo, una forma de comunicación y una lógica de polarización que influyó en debates políticos y sociales a escala global.

Más en profundidad

En conjunto, estas palabras no solo nombraron hechos, sino que ayudaron a interpretarlos. Durante 2025 volvió a quedar en claro que la lengua no es un elemento neutro: es una herramienta que captura preocupaciones colectivas, que canaliza miedos y que moldea los debates que atraviesan a la sociedad. Las palabras más usadas del año fueron, en definitiva, una crónica viva de un mundo en transformación.

› PUNTO DE VISTA

El atroz encanto de las palabras del año

Claudia Carina Albarracín

Especial para LA GACETA

El escritor Marcos Aguinis sostiene en su ensayo “El atroz encanto de ser argentino” que el lenguaje mantiene una perpetua relación dialéctica con la sociedad, porque sus caminos se cruzan e influyen de forma tal que resulta imposible determinar los instantes de su viraje. Además, valiéndose de una cita borgiana, afirma que, así como habla la gente, así es la gente. Los vocablos nos moldean de la misma forma en la que se moldea la lengua para distintos propósitos.

Las palabras candidatas al merecimiento del sitial creado por FundéuRAE iluminan hechos concretos que han marcado la historia social, pero, también, los pensamientos que hicieron posibles esos hechos. En la definición de la voz “arancel”, según la misma fundación, se entretejen otras como “derechos”, “oficial”, “imponer”, “remunerar” y “frontera”, haciéndose especial hincapié en su veta político-comercial.

Las representaciones mentales que asociamos a su uso se tiñen claramente de un color político que nos sitúa de un lado o del otro; puede significarnos un cepo o una herramienta para la libertad. Es decir, implica un pensamiento político-económico.

El concepto de arancel ha estado mucho tiempo relacionado con prácticas discriminatorias de acceso según la situación económica: la educación arancelada versus la educación pública, binomio al que puede agregarse la salud, el transporte, la seguridad, entre otros.

Basta revisar el resto de las palabras candidatas para advertir que nos encontramos frente a un mundo en el que se habla de mucha violencia y belicismo, y como otra faz de la moneda, la indefensión ante la que quedamos situados los hablantes. Los términos “macroincendio”, “macrorredada”, “apagón”, “boicot” y “rearme” comparten el hecho de ser asociados a significados negativos, vinculados a imágenes terroríficas o catastróficas, que implican miedo y vulnerabilidad.

Se hace evidente un tablero de ajedrez, en el que la mayoría de la gente se encuentra prisionera, como un peón que será utilizado para defender a la pieza más importante.

Ninguna selección léxica es ingenua. Los conceptos se van inmiscuyendo en nuestro quehacer diario, de tal modo que naturalizamos formas de pensar y actuar. A medida que más hablamos del “arancel”, del “boicot” o del “preparacionismo”, menos distantes o extrañas nos parecen esas palabras y los pensamientos que subyacen en sus prácticas.

Nombrar las cosas les otorga existencia; utilizar esos nombres, las hace parte de una cotidianidad y las incorpora al pensamiento. Por ello, es importante enseñar en las aulas que cuando se aprende una palabra nueva es relevante que se conozca no solo su definición, sino, además, los contextos en los que se usan, de dónde surgieron, y cómo se fueron instalando en los discursos cotidianos.

Vuelvo a Marcos Aguinis y a su reconocimiento al poder de las palabras. Este pensador cierra su capítulo ensayístico explicando que el lenguaje nos expresa y nos devela y que contribuye a identificarnos. ¿Será que nos identificamos, entonces, con una sociedad arancelada y preparacionista en la que los drones, el boicot y el rearme nos describen frente a situaciones como el macroincendio y la macrorredada, en tierras raras donde ya no hay un Papa argentino y el trumpismo imperante gobierna a la generación Z?